Alcanzar una seguridad del 100%, ya lo sabemos, es imposible. Pero alcanzar un nivel de seguridad adecuado sí es posible, aunque es un asunto no siempre sencillo de resolver. Ajustar el presupuesto de seguridad a los resultados de la evaluación de riesgos suele presentar dificultades.
Conociendo el entorno y los activos a proteger
¿Por dónde empezamos? Primero, es obligatorio un estudio y análisis del entorno. No podremos avanzar ignorando las amenazas y riesgos externos que pueden afectar a tu organización. Así, analizaremos el entorno en el que operamos, considerando factores geográficos, socioeconómicos, políticos, … Esto incluye desde identificar las amenazas naturales, como desastres naturales, a las amenazas humanas, como la delincuencia o el vandalismo. Además, debemos comprender las dinámicas locales, incluidas las tasas de criminalidad y cualquier actividad que pueda representar un riesgo para la organización.
Una vez que tengamos una comprensión clara del entorno externo, pasaremos a la identificación de activos a proteger. Aquí debemos poner el foco en determinar cuáles son críticos para el mantenimiento de la actividad. Así que hacemos un inventario completo de todos los activos, incluyendo personas, procesos, recursos, equipos, datos, etc. Clasificamos estos activos según su importancia y su papel en la continuidad de las operaciones. En toda esta fase siempre hay que considerar la protección de las personas como una prioridad absoluta, no negociable ni intercambiable. La seguridad de las personas -trabajadores, clientes, visitantes, proveedores, en definitiva, de cualquiera que acceda a nuestras instalaciones- no solo es una responsabilidad ética, es una obligación legal. Bien, supongamos que ya hemos identificado los activos. Pero, ¿los comprendemos?
¿Qué es comprender un activo? Ni más ni menos que conocer su función en el desarrollo de nuestras actividades, conocer cómo se relaciona con los demás, sus interdependencias, y algo insoslayable, conocer sus vulnerabilidades.
Todo requiere detenimiento y detalle. Se debe cocinar a fuego lento.
Con los activos ya identificados y comprendidos realizaremos un análisis y evaluación de riesgos y amenazas. Evaluaremos las amenazas específicas a las que están expuestos estos activos, tanto en el ámbito digital como físico, y analizaremos el impacto potencial de cada amenaza.
Diseño y estrategias de seguridad
A partir del análisis anterior, desarrollaremos una estrategia de seguridad para abordar las vulnerabilidades y amenazas identificadas de manera proporcional y adaptada.
En esta fase empezaremos a tomar decisiones sobre el diseño de nuestra seguridad, que podrá incluir controles preventivos para evitar incidentes de seguridad (por ejemplo, un sistema de control de acceso), controles para detectar y/o identificar incidentes cuando ocurran (por ejemplo, sistemas de monitorización, sistemas de detección de intrusos), controles reactivos para mitigar los efectos de un incidente de seguridad (por ejemplo, planes de contingencia y recuperación ante desastres).
Implementación de medidas y mejora continua
Bien, de momento conocemos nuestro entorno, conocemos nuestras instalaciones, sabemos qué queremos proteger y hemos dispuesto una estrategia para conseguirlo.
Pues ahora toca implementar las medidas y procedimientos de seguridad. Instalaremos y configuraremos herramientas y sistemas de seguridad según las necesidades específicas de nuestra organización. Documentaremos y comunicaremos políticas y procedimientos de seguridad a todos los empleados, asegurándonos de que comprendan sus roles y responsabilidades. Y siempre con la vista puesta en dos palabras mágicas: “mejora continua”. La seguridad no es un esfuerzo único y puntual, sino un proceso continuo. Debemos estar preparados y dispuestos a adaptar y mejorar nuestras medidas de seguridad a medida que evolucionen las amenazas y cambien las circunstancias. En este sentido hay dos elementos que deben formar parte troncal de nuestra seguridad: las auditorías periódicas y las evaluaciones de vulnerabilidad. Con ellas podremos identificar áreas de mejora y revisar y actualizar regularmente los planes, las medidas, los recursos y, por supuesto, la propia estrategia de seguridad.
Todo esto está fetén. Pero también es importante tener conciencia de los límites de la seguridad. A pesar de nuestros mejores esfuerzos, siempre existe la posibilidad de que ocurran incidentes de seguridad. Por lo tanto, debemos estar preparados para responder adecuadamente a estos eventos y tener planes de contingencia y de recuperación. Y esto que últimamente escuchamos tanto ¿qué significa? Pues, sencillamente, que debemos tener protocolos claros para la respuesta a incidentes y planes de recuperación que minimicen el impacto de una amenaza en nuestras operaciones.
El presupuesto
¿Me seguís hasta aquí?, ¿estáis de acuerdo? Bueno, pues vamos a hablar de algo importante, muy importante, sobre lo que se escribe poco cuando se escribe sobre seguridad: la pasta, la guita, el parné.
Tenemos qué hacer todo lo anterior, pero con qué presupuesto contamos. Os suelto primero las obviedades de rigor y luego intentamos pensar en algo útil: los recursos son limitados, la seguridad no es un gasto, es una inversión, es fundamental asignar el presupuesto de seguridad de manera estratégica, hay que invertir de forma inteligente. Estupendo todo.
Hablar de dinero en seguridad no es una frivolidad, es una necesidad. Pero hay que hacerlo con cabeza. Un presupuesto bien asignado puede ser la diferencia entre una organización resiliente y una que se tambalea ante la primera amenaza seria. Así que, ¿cómo optimizamos el uso de esos recursos?
Para empezar, hay que saber que no todas las amenazas son igual de probables ni todos los activos son iguales de críticos. Realizar análisis exhaustivo de riesgos nos ayudará a entender dónde debemos invertir. Por ejemplo, ¿tiene sentido instalar un sistema de seguridad de última generación en una oficina secundaria mientras la sede central carecemos de medidas básicas? La respuesta es clara: hay que priorizar según la relevancia y el impacto potencial.
Una matriz de riesgos es una herramienta clave aquí, porque nos va a permitir visualizar qué riesgos son más probables y cuáles tienen mayores consecuencias. Esto no solo debe guíar nuestras inversiones, sino que también nos permite justificar cada euro gastado frente a quienes controlan el presupuesto.
Se da un error común que es invertir en soluciones que no son sostenibles a largo plazo. Por ejemplo, adquirir una tecnología que requiere un mantenimiento carísimo o formación constante para el personal. Esto puede y suele ser contraproducente.
Es mejor optar por soluciones escalables, que puedan crecer al ritmo de la organización, y que además supongan un coste razonable. Y esto debe incluir tanto a los sistemas de seguridad a la capacitación del personal para su operación.
Es tentador destinar grandes porciones del presupuesto a lo último en tecnología. Cámaras inteligentes, sensores avanzados, software de análisis predictivo, …, suena increíble ¿verdad? Pero la tecnología sin personas formadas y capacitadas detrás es como tener un coche de Fórmula 1 y no tener piloto.
La formación debe ser parte del presupuesto. Un equipo consciente y bien entrenado puede prevenir más incidentes que la herramienta más sofisticada. Además, invertir en formación, sensibilización, concienciación o como lo queramos llamar, según modas, en seguridad puede ser una de las medidas más rentables.
En este siglo, en un artículo sobre seguridad que se precie, no nos puede faltar eso del mundo interconectado. Pues bien, aquí está: en un mundo interconectado hay espacio, y mucho, por cierto, para la colaboración. Las asociaciones, los acuerdos con otras organizaciones o incluso la colaboración con organismos públicos pueden reducir costes y mejorar la efectividad de nuestras medidas.
Tengamos en cuenta que una asignación de presupuesto eficaz no debe ser algo estático. Hay revisar periódicamente nuestras inversiones y medir su eficacia: ¿la tecnología adquirida cumple con lo prometido?, ¿los planes de formación están generando resultados tangibles? ¿hay áreas donde hemos invertido en exceso y otras donde nos quedamos cortos?
La mejora continua también se aplica al uso de los recursos económicos. Revisar, ajustar y reasignar según las necesidades reales es un ejercicio que debe formar parte de nuestra estrategia de seguridad.
Conclusión
Decíamos antes que la seguridad no es un gasto, es una inversión. Pero como toda inversión, debe generar retorno. Y aquí el retorno no siempre es evidente en cifras, pero es innegable en términos de continuidad del negocio, reputación y confianza.
Cuando protegemos nuestros activos, estamos trabajando para garantizar que la organización pueda operar sin interrupciones. Al velar por las personas, estamos mostrando nuestro compromiso ético y fortaleciendo la moral de nuestro equipo. Con la prevención de incidentes de seguridad, estamos ahorrando en costes potenciales que podrían ser devastadores para la organización.
Por tanto, asignar presupuesto a la seguridad no es una cuestión secundaria. Es un pilar fundamental de la sostenibilidad y la resiliencia de cualquier organización.
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